Mi padre es de los que piensan que cuando invita a gente a su casa, hay que aprovechar tanta fuerza acumulada. Siempre que celebra algo, prepara los trabajos que, por falta de manos, no ha podido hacer solo, y aunque parezca extraño, los invitados se lo toman bastante bien y acaban disfrutando de un día de trabajo en grupo al aire libre, con estupenda comida incluida.
A mí siempre me había hecho gracia esta costumbre suya y cada vez que celebraba en casa mi cumpleaños con amigos, siempre había que pintar la valla, transportar la leña o incluso plantar un árbol. Tareas bastante llevaderas que, entre varios, resultaban hasta divertidas.
Pero llegó el día de presentar a mi novio a la familia. Para esta ocasión mi padre reservó un aperitivo muy especial: limpiar la fosa séptica.
Mi novio era un chico de ciudad, dedicado a la informática, que no había visto una fosa séptica en su vida. Su padre, era extremadamente pulcro, hasta el punto de que dormía todo el año con la ventana abierta para que no se acumulasen gérmenes en la habitación y él, había heredado el gusto por lo impoluto.
La dichosa fosa séptica estaba atascada y había que intentar deshacer el tapón, introduciendo agua a presión con una manguera por una de las arquetas. Para ello, había que tumbarse en el suelo y casi meter la cabeza en la misma.
Ni que decir tiene, que a mi novio se le cambió el color de la cara la primera vez que tuvo que introducirla en el agujero. Yo intentaba animarle ofreciéndole chupitos de vermú, y mi madre con su deje murciano, no paraba de decir que al chico le hacían falta más días así, al aire libre porque estaba un poco “blanquico”.
El primer intento de desembozo resultó fallido. El agua putrefacta rebosaba por la arqueta, y el tapón hacía de presa.
Mi padre pasó al plan B, introduciendo la manguera por otra arqueta próxima, mientras mi novio, que para entonces ya llevaba tres vermús entre pecho y espalda, empujaba el tapón con unos alambres desde el otro lado.
-¿Ves?, ya le va saliendo el “colorcico” en la cara. Decía mi madre.
El segundo intento tampoco funcionó, había que insistir.
- ¡Empuja, más presión, abre toda!
- ¿Otro vermú cariño?
- Nena, ponle un gorro al chico que está muy “coloraico”.
- ¡Más presión , AHORA!
El tapón salió disparado, seguido de todo el agua presionada, el lodo y demás sustancias nauseabundas, cubriendo casi por completo el pulcro y tumbado cuerpo de mi pobre novio que hasta sonreía momentos antes de la inmunda estampida, con su cara enrojecida.
No sabemos si fue el alcohol, o los efluvios de la cloaca pero terminamos en urgencias: la novia histérica y los suegros “espantamaridos” con el “coloraico” y maloliente novio que no volvía en sí, a pesar de su extraña sonrisa.
Finalmente, mi novio pasó la prueba, perdonó el trance y celebramos la boda, esta vez sin aperitivo sorpresa.
Como no hay mal que por bien no venga, desde ese día, mi padre no volvió a limpiar por medios propios la fosa séptica, desde entonces confía en profesionales.
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Por P. Grau
25.1.08
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